
Liderar como David: con el corazón en llamas, no el ego inflamado

1. Dios no elige por currículum, elige por corazón
Cuando Samuel llegó a la casa de Isaí para ungir al próximo rey de Israel, pensó que el hijo mayor, Eliab, era el candidato ideal. Alto, fuerte, con presencia de líder. Pero Dios le dijo algo que debería ser una brújula para todo líder cristiano:
“No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”
(1 Samuel 16:7)
David no estaba entre los invitados. Ni siquiera fue considerado por su padre. Estaba en el campo, cuidando ovejas, en silencio, sin currículum ni recomendación.
Y sin embargo, fue él a quien Dios llamó.
Hoy, muchos líderes creen que deben acumular títulos, habilidades técnicas, manejo de redes, experiencia en producción, etc. Todo eso puede ser útil, sí, pero nada de eso sustituye un corazón quebrantado, disponible y humilde ante Dios.
2. Disponibilidad sobre perfección
En nuestra comunidad adventista valoramos la preparación: estudiamos, nos capacitamos, tomamos cursos, y Aula 7 es una prueba de ello. Pero no podemos olvidar que el llamado de Dios no espera a la perfección. Espera a la obediencia.
David fue ungido cuando aún era un adolescente. Aún no había matado gigantes ni escrito salmos ni conquistado reinos. Pero Dios ya había visto su corazón. No necesitaba que David fuera perfecto, sino que estuviera disponible.
En el libro Patriarcas y Profetas, Elena G. White describe así el carácter de David antes de ser rey:
“Mientras estaba con sus ovejas en las colinas solitarias, David vivía en comunión con Dios. Aprendió a confiar en el poder del Altísimo y a confiar en su providencia para todas las necesidades de la vida.”
(Patriarcas y Profetas, p. 616)
El liderazgo en la iglesia no empieza con micrófono, empieza en el silencio de los campos, en los momentos a solas con Dios, en la fidelidad cotidiana, invisible a los ojos del mundo.
3. Vulnerabilidad sin vergüenza
Una de las características más humanas y revolucionarias de David es su capacidad para mostrar su debilidad sin vergüenza. Leemos sus salmos y nos encontramos con un hombre que llora, que duda, que se desespera, que celebra, que canta, que grita, que clama:
“¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?”
(Salmo 13:1)
“Jehová es mi pastor; nada me faltará…”
(Salmo 23:1)
David era todo eso. No tenía una espiritualidad de plástico. No posaba. No disimulaba. No usaba frases hechas. Era real.
Y eso es lo que muchos jóvenes y miembros de iglesia están pidiendo de sus líderes hoy: honestidad emocional, transparencia espiritual, autenticidad.
Un líder conforme al corazón de Dios no es el que siempre está “firme y adelante”, sino el que, cuando tambalea, se arrodilla y no se esconde.
4. Servir sin buscar protagonismo
David fue enviado por su padre a llevar comida a sus hermanos al campo de batalla. Solo eso. No iba a luchar. No iba a ser visto. Solo iba a servir.
Pero ahí, en ese escenario cotidiano, sin gloria, sin escenario, sin luces… Dios lo usó para derribar gigantes.
Eso es liderazgo en su forma más pura.
Muchos quieren liderar para “hacer algo grande”, pero en el Reino de Dios las cosas grandes comienzan con cosas pequeñas hechas con fidelidad.
Como dice Jesús:
“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel…”
(Lucas 16:10)
Y Elena G. White añade:
“El humilde deber realizado con fidelidad es tan aceptable a Dios como el más alto servicio.”
(Palabras de Vida del Gran Maestro, p. 359)
No esperes un cargo para servir. No necesitas una plataforma para ser relevante. Necesitas pasión, humildad y fidelidad en lo escondido.
5. El ego: ese enemigo disfrazado de celo
El ego es el impostor más peligroso en el corazón de un líder espiritual. Se disfraza de responsabilidad, de celo, de perfeccionismo, de “yo sé más”. Pero en el fondo, es hambre de control y sed de validación.
David tuvo muchas oportunidades para alimentar su ego. Podía haberse vengado de Saúl cuando lo tenía en sus manos. Pero no lo hizo.
“Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que extienda yo mi mano contra él…”
(1 Samuel 24:6)
Eso es dominio propio. Eso es respeto por el llamado de otros. Eso es liderazgo espiritual maduro.
¿Tienes poder para aplastar, para responder, para demostrar que tú tienes la razón? Muy bien. Ahora elige no usarlo. Eso es carácter. Eso es ser como David.
6. Rodéate bien: el liderazgo no es un camino solitario
David no caminó solo. Tuvo a Jonatán, quien lo amó más que a sí mismo. Tuvo a Natán, que lo confrontó cuando pecó. Tuvo a los valientes que lo acompañaron en las batallas más duras.
Liderar no es ser un lobo solitario. Es crear comunidad, rendir cuentas, compartir visión. Es tener a alguien que te diga “vas bien” y también “ahí te estás desviando”.
Como dice Consejos para la iglesia:
“Los que ocupan posiciones de responsabilidad deben estar dispuestos a recibir consejo y ayuda.”
(CPI, p. 179)
Si lideras solo, tarde o temprano el peso será más grande que tú. Dios no te llamó para cargar la iglesia entera en tu espalda, sino para trabajar con otros siervos que también aman la misión.
7. La gloria no es tuya
Finalmente, lo más importante: el liderazgo espiritual nunca es para ensalzarse a uno mismo.
David sabía esto. Por eso, cuando vencía, cantaba. Cuando pecaba, se humillaba. Cuando dudaba, buscaba. Cuando hablaba, bendecía el nombre del Señor.
“No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria…”
(Salmo 115:1)
Este debe ser nuestro mantra diario como líderes.
No importa si nos dan un cargo, un título, un micrófono, una palmada en la espalda o un aplauso de pie. Nada de eso es nuestro. Todo es para Dios.
No estás construyendo tu marca. Estás siendo parte del Reino.
Y si algo va a quedar cuando tú ya no estés, que no sea tu nombre, sino las vidas transformadas por tu servicio, tu coherencia y tu fe.
Epílogo: el corazón que Dios sigue buscando
Dios sigue buscando líderes como David. No líderes perfectos, ni pulidos, ni sin grietas. Sino líderes con el corazón en llamas por Él, no por su propia gloria.
Hombres y mujeres que digan:
“Sí, fallé, pero vuelvo.”
“Sí, tengo miedo, pero voy.”
“Sí, me duele, pero confío.”
“Sí, no sé cómo, pero aquí estoy.”
¿Estás dispuesto?
Entonces tal vez el Espíritu Santo ya te está ungido, aunque tú aún no lo hayas notado.