
Liderazgo de servicio: si no estás dispuesto a lavar pies, mejor no pidas púlpito
Aquí no se trata de títulos, sino de toallas.
Jesús no necesitó una corona terrenal para cambiar el mundo. Lo hizo con una jofaina, con agua y con una decisión radical: lavar los pies de sus discípulos, incluyendo al que lo traicionaría.
Y si Él, siendo el Maestro, el Hijo de Dios, se arrodilló… ¿qué nos hace pensar que podemos liderar desde el orgullo o la distancia?
¿Con qué cara levantamos la voz, si no somos capaces de arrodillarnos a servir?
El liderazgo cristiano no comienza en la tarima. Comienza en el suelo.
1. La escena que redefine el liderazgo
El evangelio de Juan nos regala una de las escenas más escandalosas —y hermosas— de toda la Escritura:
“Levantóse de la cena, y quitóse su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos…”
(Juan 13:4-5)
Es como si Jesús dijera: “Así es como se hace. Esto es liderazgo. Esto es autoridad en el Reino de los Cielos.”
Jesús no predicó sobre humildad, la encarnó.
Y lo hizo con un gesto que en ese contexto cultural era reservado para esclavos. Un acto de incomodidad, de vulnerabilidad, de entrega total.
Este es el patrón. No el del poder humano. No el del liderazgo secular que grita, exige y acumula. Sino el del líder que sirve primero.
2. Si no puedes servir, no puedes pastorear
Hay una tentación grande en la iglesia hoy: querer ser vistos, tener autoridad, hablar bonito, tener seguidores y ocupar cargos. Pero el Reino de Dios se edifica con rodillas dobladas, manos desgastadas y corazones suaves.
Jesús dijo:
“El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
(Mateo 23:11-12)
Ese texto debería estar colgado en cada salón de junta, en cada escritorio pastoral, en cada aula de liderazgo.
Porque el que no sabe servir, termina abusando del cargo.
Y el que no sabe humillarse, termina siendo ídolo de sí mismo.
Elena G. White fue tajante al respecto:
“El que no está dispuesto a servir a sus hermanos con humildad, no está preparado para enseñar el camino de la vida.”
(Testimonios para la iglesia, tomo 4, p. 376)
3. El liderazgo que pone el alma en lo pequeño
Servir no siempre es lavar pies literalmente.
A veces es escuchar sin prisa, acompañar en el dolor, preparar las sillas antes de la reunión, quedarte después de predicar para limpiar el salón.
O simplemente tratar con dignidad a quien no puede devolverte el favor.
¿Predicas todos los sábados pero nunca has visitado a una familia en necesidad?
¿Tienes un gran Instagram espiritual pero no sabes el nombre del portero de la iglesia?
¿Conoces la profecía de Daniel 8:14 pero no sabes cómo consolar a un joven que perdió la fe?
Entonces, lo siento, pero no estás liderando. Estás actuando.
El liderazgo auténtico es invisible la mayoría del tiempo. No tiene cámaras. No tiene aplausos. Tiene polvo en las rodillas y callos en el alma.
4. El servicio no es debilidad, es estrategia divina
Jesús no se arrodilló por falta de autoridad. Lo hizo porque estaba seguro de su identidad.
El texto lo dice claro:
“Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos…”
(Juan 13:3)
Justo entonces, se levanta, se quita el manto y se ciñe la toalla.
Él sabía quién era. Por eso podía servir sin miedo.
Porque el verdadero líder no necesita demostrar su autoridad con gritos. Su autoridad viene del cielo y se manifiesta en el amor.
Cuando tú sabes que Dios te llamó, no tienes problema en lavar pies.
No te ofendes si nadie te aplaude. No necesitas brillar.
Tú sirves, y punto.
5. En el cielo, los líderes son servidores
En nuestra teología adventista, el liderazgo tiene una dimensión profundamente escatológica. Servimos aquí como entrenamiento para servir allá.
Elena G. White lo escribió así:
“El cielo es un lugar de servicio; y cuanto más aprendamos aquí el espíritu del servicio desinteresado, tanto más preparados estaremos para entrar en esa sociedad celestial.”
(La Educación, p. 309)
No se trata solo de ser eficientes. Se trata de ser semejantes a Cristo.
Y Cristo se agachó. Lavó. Sirvió.
Y después de hacerlo, dijo:
“Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.”
(Juan 13:15)
No fue una sugerencia. Fue una orden.
6. Líderes con toalla al hombro
Así que si vas a predicar, predica con una toalla al hombro.
Si vas a enseñar, enseña con los pies polvosos de tanto visitar hogares.
Si vas a coordinar un equipo, hazlo con voz suave y manos dispuestas.
Tu influencia no viene de tu talento, viene de tu servicio.
Porque el que lava pies, limpia también corazones.
Y eso, Hellen, es mucho más transformador que cualquier púlpito.
Reflexión final
Esta semana, haz un acto de servicio silencioso.
No lo anuncies. No lo publiques. No lo expliques.
Hazlo como Jesús:
por amor, sin agenda, sin crédito.
Y después, ora así:
“Señor, que mi liderazgo sea menos sobre mí y más sobre Ti.
Que mis manos no teman ensuciarse,
Que mi voz no sea más fuerte que mi amor,
Y que cada título que reciba lo devuelva a Tus pies con gratitud.”
Amén.