
Rodéate bien: el liderazgo no es un camino solitario
1. Jonatán: el amigo que no compite, acompaña
La amistad entre David y Jonatán es uno de los vínculos más hermosos de toda la Biblia. Jonatán era el hijo del rey Saúl, el heredero legítimo del trono, pero en vez de competir con David, lo amó como a su propia alma.
“Y aconteció que cuando él hubo acabado de hablar con Saúl, el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo.”
(1 Samuel 18:1)
Jonatán no necesitaba brillar más que David. No le dolió ver a otro cumplir el propósito de Dios. Su amor era maduro, desprendido, generoso.
Todo líder necesita un Jonatán:
alguien que te recuerde quién eres cuando la crítica te golpea,
alguien que no compita contigo sino que te cubra,
alguien que te diga la verdad aunque no la quieras oír,
alguien que celebre tus victorias como si fueran suyas.
Y eso no se encuentra si lideras desde la distancia, desde el pedestal o desde el miedo a ser vulnerable.
2. Natán: el profeta que te confronta cuando te equivocas
David cometió un pecado gravísimo: adulterio, encubrimiento, asesinato.
Y sin embargo, no cayó más hondo porque tuvo a Natán, un profeta que no se dejó deslumbrar por la corona.
Natán no lo expuso ante el pueblo. Le habló en privado. Le habló con una historia. Le habló con sabiduría. Pero le habló. Le dijo la verdad.
“Tú eres ese hombre”
(2 Samuel 12:7)
Muchos líderes caen no porque pequen —todos fallamos—, sino porque no tienen a nadie que les diga “eso estuvo mal”.
Necesitamos Natanes. Personas que no nos adulen, que no nos teman, que no nos ignoren.
Personas que nos mantengan humanos, frágiles, conscientes de nuestra necesidad de gracia.
Elena G. White lo resume con claridad:
“Los que ocupan posiciones de responsabilidad deben estar dispuestos a recibir consejo y ayuda.”
(Consejos para la Iglesia, p. 179)
Y eso no es una opción para los humildes. Es un requisito para los líderes fieles.
3. Los valientes de David: el equipo que pelea contigo
La Biblia menciona a los “valientes de David”, un grupo de hombres que hicieron hazañas imposibles por amor y lealtad. Estaban con él en las cuevas, en las batallas, en el hambre. No cuando ya era rey, sino cuando era fugitivo.
“Estos son los nombres de los valientes que tuvo David…”
(2 Samuel 23:8)
No lideres sin un equipo.
No pienses que puedes con todo.
No creas que porque la visión es tuya, la carga también debe serlo.
Los grandes líderes del Reino son también grandes repartidores de responsabilidad.
Y en la iglesia, eso se traduce en delegar con sabiduría, confiar en otros, formar discípulos, y dejar espacio para que otros crezcan.
Un líder que no forma líderes, forma dependientes.
Y eso, a la larga, no es Reino. Es ego.
4. El peligro del aislamiento
Liderar solo puede parecer noble. Incluso sacrificado. Pero muchas veces es solo orgullo camuflado.
A veces no compartimos cargas porque creemos que nadie lo haría como nosotros. O porque nos da miedo mostrar debilidad. O porque no queremos perder el control.
Pero ese camino solo lleva al desgaste, al resentimiento, al error y, a veces, al colapso.
“Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero.”
(Eclesiastés 4:9-10)
La Biblia no admira al autosuficiente. Bendice al que camina en comunidad.
5. Comunión, consejo, corrección
La comunidad alrededor de un líder no está solo para repartir tareas. Está para modelar carácter.
- Jonatán modela la comunión.
- Natán modela la corrección.
- Los valientes modelan el compromiso.
¿Tienes tú ese tipo de personas cerca?
Y más importante aún:
¿Eres tú ese tipo de persona para alguien más?
Porque no se trata solo de rodearte bien para recibir. Se trata de ser también parte de la red que sostiene a otros.
6. Jesús también eligió comunidad
Incluso Jesús, siendo Dios hecho carne, eligió rodearse de doce discípulos.
Y no eran perfectos. Tenían egos, dudas, traiciones.
Pero Jesús no buscó eficiencia, buscó formación.
Los discipuló con su vida, les delegó tareas, los corrigió, los envió.
Y al final, cuando se fue, no dejó un solo líder. Dejó un grupo.
El Reino no se construye con solistas.
Se construye con cuerpos, con miembros, con cooperación y corresponsabilidad.
Conclusión: un liderazgo sostenido, no sobrecargado
Dios no te llamó para llevarlo todo tú.
Te llamó a ser parte de un equipo celestial que trabaja en conjunto para transformar el mundo.
Así que rodéate.
Pide ayuda.
Rinde cuentas.
Abre espacio para otros.
Y nunca te olvides de agradecer a los que pelean contigo, oran por ti, y te corrigen cuando hace falta.
Porque al final, un líder sabio no es el que llega más lejos, sino el que llega acompañado y puede levantar a otros en el camino.
Para reflexionar esta semana:
“El hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo.”
(Proverbios 27:17)
Haz una lista de las personas que forman parte de tu red de apoyo espiritual.
Ora por ellas. Agradéceles. Y si no tienes a nadie así, comienza a pedirle a Dios que te los ponga en el camino.
Porque tú no fuiste llamado a caminar solo.
Fuiste llamado a caminar con los valientes.